martes, 27 de septiembre de 2011

Reseña sobre la muestra "El color en el espacio y en el tiempo"

"Vivir el color"

Artista: Carlos Cruz-Diez
Malba - 21 de septiembre de 2011 al 5 de marzo de 2012
Publicado en ramona web


Situar al color en el espacio y el tiempo. Esa ha sido la misión teórica y práctica de Carlos Cruz-Diez, artista venezolano nacido en 1923, a lo largo de su vasta carrera artística. Lo ha llevado a experimentar con diversos materiales y técnicas, así como en distintos campos como la pintura, la escultura, la arquitectura.
Si bien se lo ha catalogado como un “artista cinético”, el término excede su producción en tanto el movimiento no ha sido su única búsqueda plástica. Bien lo aclara Mari Carmen Ramírez en el folleto al que accedemos en el MALBA: compartió ciertas afinidades con el grupo, así como ámbitos de exposición, pero fue más allá de las premisas cinéticas.

Recorriendo la muestra, el espectador se ve inundado por el color. El mismo ha sido el punto de partida de la obra de Cruz-Diez, considerado como elemento atemporal del arte. Se libera de la bidimensionalidad, del plano, para incorporarse en el espacio y en el tiempo, libre de toda carga cultural. Vale como elemento primario para las investigaciones del artista, vale para la obra y en su relación con quien la contempla. Es el elemento clave, que permitirá que el espectador participe, se convierta en alguien activo frente a la obra. Porque, al ser el color algo que sale del lienzo “hacia afuera”, invita a cierta participación física, es percibido como lo fundamental, más allá de la geometría construida en los cuadros. Por ejemplo, muchas de las obras de la serie “Las Fisicromías informales” (1961) nos despiertan la necesidad de caminar de un extremo al otro del cuadro, en un ida y vuelta que modifica nuestra percepción de las mismas. Nos sorprendemos, nos admiramos, descubrimos, en el juego que se establece entre nosotros y la obra, nuevas formas de percibirla. El color es una presencia que se extiende más allá del plano, entrando en contacto directo con quien está observando. Esto es lo que diferencia a Cruz-Diez del arte cinético: como antes mencionáramos, no va en busca del movimiento dentro de la obra, sino que se vincula más con cierta línea de investigaciones que se dieron desde el siglo XX acerca del color como entidad autónoma. Cabe mencionar aquí a artistas que teorizaron sobre la temática como Klee, Kandinsky y Sonia Delaunay. 

Aquí no encontraremos un uso descriptivo, literario, decorativo ni metafórico del color. El color es libre, tiene vida propia. Y su vida se une a la de cada uno de los que se para frente a la obra. Lo cromático se introduce en lo cotidiano como podemos ver, por ejemplo, en las intervenciones de Cruz-Diez en edificios y la vía pública, sus proyectos arquitectónicos, inclusive en dos ambientaciones que se pueden recorrer en la muestra en las cuales nos sumergimos dentro de la concepción del artista, poniendo el cuerpo en el recorrido y percibiendo al color en el espacio y en el tiempo, en tres dimensiones. Así lo vivenciamos: quien entra en estos espacios es invadido, rodeado, “tocado” por el verde, el azul, el rosa, las líneas. La primera instalación une imágenes proyectadas sobre los muros y sobre dos objetos geométricos, la segunda es un espacio blanco dividido en tres, con luces de color. Aquí se pasa de la contemplación al “vivir el color” en sí mismo, a sentirlo. Nos traspasa, nos atraviesa.

El recorrido por la muestra nos lleva desde sus primeras obras figurativas, pasando por los primeros cuadros en donde la bidimensionalidad es concreta, para luego introducirnos en aquellos donde el color sale hacia afuera. Ayudó al logro de esto el trabajo del artista con elementos insertos en la bidimensionalidad. Acompañan esculturas, bocetos sobre las obras, las dos ambientaciones nombradas anteriormente, y un sector con sus proyectos arquitectónicos acompañados de un video donde podemos contemplar sus intervenciones en el ámbito urbano.

Esta primera y seria retrospectiva sobre la obra de Cruz-Diez es imperdible. Porque el mero relato del recorrido no alcanza para transmitir la experiencia del mismo, la huella que queda marcada en el espectador, la sensación de ser invadido y penetrado por el color. Estamos invitados a “vivir el color” y abrir así nuestra propia percepción del mismo, así como a participar activamente en la obra.


Publicado el 27/9/2011
Link directo a la reseña: http://www.ramona.org.ar/node/39275

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